El BLOG DE REBOOT | 14 de enero de 2021

Haciendo sitio para el otro

una lógica (parte 1)

por Priscilla Pope Levison

Quemada en mi memoria es la mañana cuando nos dejamos nuestro hijo a la iglesia para un viaje de misión para una semana con el ministerio de los jóvenes. Era temprano y estaba lloviznado como cada mañana en Seattle. El ministerio fue pequeño con un puñado de chicas y 4 chicos—tres amigos, un trío—y nuestro hijo. El trío ha llegado temprano, sin duda compartieron transportación de sus casas, y ya estuvieron instalados en el asiento de atrás de la camioneta. Las niñas estuvieron ocupadas en los asientos medios, dejando el asiento delantero cerca del conductor adulto. Nuestro hijo se subió el asiento, y se fueron.

Saludamos y sonreímos lo mejor que pudimos, pero estuvimos alicaído. Habíamos pasado días animando nuestro hijo a darle otra oportunidad al ministerio de jóvenes. Él no había tenido una experiencia de bienvenida hasta ese momento porque este grupo de jóvenes, que había estado en la iglesia juntos desde que eran bebés, eran cercanos. Muy cercanos, como en ningún espacio, no asiento libre, en su medio. Seguimos diciéndole, “este viaje de misión les dará la oportunidad de conocerte; verán lo genial que eres”. Palabras sin sentido y una promesa vacía.

Nuestro hijo nunca volvió a ese ministerio de jóvenes, y no lo mencionamos otra vez. Estaba claro para nosotros, aún más claro después de un viaje de misión en México, que no había espacio en el grupo para nadie más. Haciendo espacio para el otro, para un extraño, no fue un parte del ADN de este ministerio.

Un principal escritor spiritual de siglo XX, Henri Nouwen, tenía mucho que decir sobre la practica cristiana de la hospitalidad, no el tipo superficial, pero el tipo deliberado y profundo donde “el cambio puede ocurrir,” que provee un espacio done “el extraño puede entrar y se convierte en un amigo,” ¡donde el grupo cercano hace espacio para el otro—literalmente! Él toma su posición del significado anciano de la hospitalidad de la palabra griega, philoxenia. Es una combinación de dos palabras griegas: philo, la palabra para amor y amistad, y xenos, la palabra para extraño. Conecta los puntos y hospitalidad (philoxenia) sugiere amor por el extraño.

Considera Génesis 18:1-15, un pasaje que extraer la esencia de hospitalidad. Abraham y Sara proveen un bienvenido lujoso para tres extraños que aparecieron sin invitación al entrado de carpa. Abraham inmediatamente da la bienvenida a ellos con una reverencia, un gesto de honor, y se apresura a lavar sus pies, darles un lugar para descansar en la sombra, y darles pan para comer. Él después alista Sara a preparar pan hecho en la casa y su sirviente a cocinar el ternero bien escogida que Abraham eligió. Los mismos componentes ocurren en todas historias de hospitalidad en la Biblia: bienvenida, un gesto de honor, tiempo que pasa con los invitados, lavar los pies, comida especialmente preparada, agua por los humanos y animales, descansa en la sombra, refugio, un lugar para pasar la noche, y una bendición.

Esta historia es una favorita de rabinos judíos debido a su enfoque central en la hospitalidad. Un rabino afirma que Abraham, para refresca los viajeros cansados, planta un árbol de tamariscos en Beersheba. Otro rabino elabora la historia afirmando que Abraham planta un huerto de arboles como un símbolo de hospitalidad. Como un judío observador, Jesús encarna esta virtud de hospitalidad, particularmente en la manera en que él compartir comida y compañerismo. “Jesús como un anfitrión amable alimenta más de cinco mil personas en una ladera, y después explica a la multitud que él es el pan de la vida, pan vivo para ellos de cielo,” escribió Christian Pohl en su libro sobre hospitalidad, Making Room. “Él oferta agua vivo a los que tiene sed (Juan 6-7). Él es a la vez anfitrión y la comida – la fuente misma de la vida. Él fue también simultáneamente el anfitrión y la cena en la Última Cena, la cena que él compartió con sus discípulos, y la cena que los Cristianos siguen celebrando como el anticipo de la hospitalidad más amable de Dios para venir en el banquete mesiánico, cuando “habrá quienes lleguen del oriente y de occidente, del norte y del sur, para sentarse al banquete en el reino de Dios” (Lucas 13:29).

Nouwen tenía razón, al igual que Abraham y Sara y Jesús también. La hospitalidad es cualquier cosa menos superficial. Es profunda y deliberada. Es estratégica. Es bien planificado e igual de esencial, implementado por aquellos cuyos ojos están entrenados en extraños, cuya postura es orientada hacia el exterior, cuya práctica es hacer espacio para el otro, incluso un asiento entre otros jóvenes en el asiento de atrás de una camioneta de la iglesia.